11 ene 2011

Tractat del lobo escritor



B.
El lobo debe garabatear con rabia, y tiene que procurar que la novedad se le pegue a la suela del zapato, caminar a su ritmo. Harry sabe que unir todas las disciplinas posibles hará al lobo más fuerte, veloz, sus dientes podrán presumirse entre las portadas de los libros venideros. ¿Pero eso hará al escritor más famoso? Seguir viviendo, pero con las dos naturalezas, la humana y la lobuna. Ya sabe que Hesse cree que todo hombre es hijo de la divinidad, y por lo tanto inmortal, y más aún si el punto A, como bien ha escrito nuestro Haller, se lleva a cabo con todas las consecuencias. Pero nadar y guardar la ropa, escribe en mayúsculas.


C.
“Allí estaba el viejo Goethe…”, leyó Harry en el aire. Goethe como un tipo encorvado. La naturaleza ya no le quiere y le devuelve viejo a la vida, ni siquiera distingue los colores, pese a que en su momento escribió un ensayo sobre los mismos. Ahora el color está en la mirada de Harry. Y claro, convencer a los editores que ese color misterioso está ahí mismo, en lo que escribe y no en Goethe, propiamente en su literatura, se le antoja como lo más complicado en su tarea. Así que se propone comprar una agenda para no evitar los eventos literarios, como hasta ahora, sino para acudir al mayor número posible. Lo que más preocupa a nuestro Harry son los canapés. “Rechazar patés, sobrasada y cremas de leche. Optar por los vegetales y el queso fresco”, escribe. Y no le falta razón, todo buen lobo debe cuidar su estómago, dado que por ende cuidará su imagen de escritor y evitará ser tan viejo como lo es ahora Goethe.