11 mar 2011

Carnaval


Alguien me dijo que soñó que cortaba la cabeza de un dragón y yo, esa noche, no pude evitar el enfrentamiento con un demonio. A partir de ahí se vino repitiendo un sueño sí y otro no; un sueño sí y otro no; un sueño sí y otro no. Entonces apliqué la valentía de mi amigo: en una de esas seccioné (yo también sé hacerlo) la cabeza del contrario. Un corte seco ejecutado con una espada imaginaria, de esas que a veces aparecen en las pesadillas o en los cuentos de Borges quién sabe bajo qué oculto motivo.
Y fue el otro día, comentando en la comida con mi esposa y mis niñas cualquier cosa de la televisión, en el momento que me llevaba la cuchara de sopa a la boca, cuando esa cabeza demoníaca cayó desde lo alto hasta la fuente de ensalada, en el medio de la mesa. Evidentemente yo no dije esta boca es mía, sorbí de la cuchara como si nada hubiese pasado. Después tapé, como pude y en un ejercicio hipócrita, los cuernos con hojas de lechuga, los cabellos rojos con remolacha y zanahoria. No resultó.
Mis hijitas se alertaron, chillaron, lloraron como nunca. Mi esposa me miraba sorprendida y los dos luchábamos, tenedor con tenedor, en la fuente de ensalada. Ella por apartar, yo por ocultar. Ganó ella y cogió la cabeza. La examinó, estiró de sus cabellos, revisó sus dientes.
-¡Queridas, es una careta! –grité sin pensarlo.
Y dejé servilleta en la mesa y se la quité de las manos. No paré hasta que me cupo y pude sacar la lengua por esa boca enrojecida de diablo. Luego prometí a mis niñas, entre muecas y como quien promete una minucia, un viaje a Disneyworld para Carnaval.