20 mar 2011

Ed Gein


Edward Theodore Gein tenía una camioneta que había sido revisada al menos en siete ocasiones. Los problemas de su caja de cambios eran de sobra conocidos en Plainfield (Wisconsin). Incluso, la llevó a revisar minutos después del secuestro de la señora Worden, con la señora Worden dentro, enrollado su cadáver entre mantas. Ed Gein acumulaba en su granja brazaletes, collares, trajes de noche, platos de sopa, impermeables y lámparas, todo ello trabajado a partir de la piel humana y demás restos de cadáveres que robaba del cementerio. Su nevera, cuando el ayudante del sheriff sospechó más de lo debido y comenzó el registro, estaba a rebosar de carne fresca. Nunca reconoció el sexo con los cadáveres. “Olían demasiado mal”, declaró. La historia que se ha escrito culpa a la represión sexual de la madre de Gein como causa de sus actos. Lo único cierto es que Ed idolatraba a su madre y la “habitación de mamá” era un exquisito altar barroco. Luego llegó Robert Bloch intentado recoger la historia en su Psicosis. Los habitantes de Plainfield quemaron su casa en un intento inútil, como el del protagonista de El Horla de Maupassant, de hacer desaparecer a sus propios fantasmas.