24 may 2011

El aniversario

Ella apartó la mano de la copa en un gesto involuntario, justo antes de brindar, y metió el índice y el pulgar en la boca.
-Cariño, un hueso.
Y procedió a la búsqueda de la molestia que había quedado entre muela y muela. Él la miró con ternura y sostuvo la copa en alto, a la espera de que acabara. Fueron unos segundos. Tras dejar el cuerpo fastidioso en un lado del plato participó sonriente en el brindis. Los labios se acoplaron a los vasos y el vino pasó a la lengua, un par de vueltas y de allí a la boca del otro. Se levantaron de las sillas, sortearon las velas y el centro de flores y se siguieron besando.
-¿Quién iba a decir que tú? Un buen día me fijé más, y los dos en ese momento y ahora el aniversario… –fantaseó la mujer.
-Saliste del todo, del anterior tipo, yo estaba allí.
-Menos mal que tú allí.
-¿Sabes cómo he hecho la carne? –preguntó él.
Se sentaron y siguieron con la vista concentrada en el otro, compartiendo. Ella llevaba un vestido de tirantes que se entrecruzaba detrás de la espalda, sus hombros eran dulces. Se retaron a ver quién era el que aguantaba más la mirada. Él se rindió primero, bajó la cabeza y jugó con el tenedor y la comida, la untó en de salsa de moras y tras unos segundos de meditación soberbia, la masticó y abrió la boca para decirle algo, enseñándole en un gesto cotidiano el fondo de las muelas. Después pintó círculos en el plato con el tenedor.
-Pues –comenzó- he conseguido una carne apropiada. Las piezas las he troceado yo mismo, tienen que guardar la forma exacta, si no el plato pierde su valor estético, frita en dos tiempos… Y la salsa –continuó-: moras del bosque, una base azúcar caramelizada, las cocí para reblandecerlas lo justo, las pasé al caramelo.
-Lo siento –dijo la mujer.
-No, ya sabes, no es culpa tuya, todo el mundo arrastra fantasmas.
-Sí, pero… el de antes…
-Siempre supe como se llamaba, pero no su apellido.
-¿De verdad quieres saberlo?
Se lo dijo. Él se rió. No fue una risa bruta, estaba matizada por el vino de calidad y por el resultado de las iniciales del nombre y los apellidos del otro, tres erres estúpidas: R.R.R.
-Ya sabes que era él, acabamos pero insistía. Fue un aburrido. Nunca debiste dudar de mí, lo ignoré, sin más.
-Ahora hace tiempo que no molesta.
-Sí, hace tiempo.
Él le acercó el pan y ella lo untó en la salsa. Que quería una moto para ir al trabajo porque eso le ahorraría tiempo, cogería calles poco transitadas para que no sufriera y en diez, quince minutos llegaría, le dijo ella. Él la miró fascinado, le contestó que sí, que no había ningún problema, un par de meses ahorrando y la tendrían. Y no pudo evitar preguntarle si a él, al otro, también le gustaban las motos. No obtuvo respuesta. La cena sufrió una parada leve, la necesaria para recomenzar con más ímpetu el ritual de enamorados. Unos minutos callados y no pudieron remediarlo, pasaron la mano por encima de la mesa y se acariciaron. Sonrieron y miraron el llamear de la vela. Apuraron el plato, en espera del postre.
-¡Te lo has comido! –soltó él de repente, sin poder evitar la risotada.
-¿Qué?
-¡Te lo has comido! ¡A triple erre! ¡Te lo has comido enterito!
Ella se llevó la servilleta a la boca y le miró a los ojos. Dudó un instante, le temblaron las manos, los tacones chirriaron sobre las baldosas. Pronunció algún “cómo” descoyuntado y dio un saltito en su asiento. Y le apuntó con el dedo índice. Una lágrima le cayó hasta la boca.
-He visto un ático magnífico, deberíamos preguntar el precio –dijo él cambiando de tema mientras se levantaba de la mesa y retiraba los cubiertos.
-Sí, vaya… –respondió ella sin ánimo.
En la cocina, antes de llevar los postres a la mesa (manzana asada con nata y trufas) él volcó las sobras en la basura. Pensó otra vez sin poder evitar la burla que R.R.R eran unas iniciales bien estúpidas, y peleó un rato con lo que ella había dejado en el borde del plato. Y si en un primer momento creyó que el hueso tenía forma de dado diminuto, después, mirándolo más de cerca, se convenció de que estaba ante una reproducción minúscula, espléndida, de la mismísima Virgen de Lourdes.